domingo, 16 de octubre de 2016

MALA MADRE


Por el Prof. Ing. Quím.
Sergio Doroteo Rípodas Márquez

Algún día, cuando mis hijos sean lo suficientemente grandes para entender la lógica que motiva a los padres, les diré:

Te amé lo suficiente para preguntarte a dónde ibas, con quién y a qué hora regresarías a casa.

Te amé lo suficiente para insistir que ahorraras tu dinero para comprarte una bicicleta aunque nosotros, tus padres, pudiéramos comprártela.

Te amé lo suficiente para molestarte y estar encima de ti durante dos horas mientras arreglabas tu cuarto, un trabajo que me hubiera tomado a mí sólo quince minutos.

Te amé lo suficiente para callarme y dejarte descubrir que tu mejor amigo no era una buena persona.

Te amé lo suficiente como para dejarte ver mi ira, desilusión y lágrimas, ya que los chicos deben entender que los padres no somos perfectos.

Te amé lo suficiente como para dejar que asumieras la responsabilidad de tus acciones, aunque los castigos a veces fueran tan fuertes que rompían mi corazón.

Por sobre todo, te amé lo suficiente como para decir NO, cuando sabía que me ibas a odiar por ello esas fueron las batallas más difíciles para mí, pero hoy estoy contenta porque las gané, porque al final también las ganaste tú.

Algún día, cuando tus hijos sean lo suficientemente grandes para entender la lógica que motiva a los padres, tú les dirás:

¿Tu mamá es mala? Yo sé que la mía ¡sí lo era!. Era la mamá más mala que había en todo el mundo. Cuando otros chicos desayunaban caramelos, ella nos hacía comer cereal, huevos, leche y tostadas.

Cuando otros chicos almorzaban con gaseosa y galletas, teníamos que comer carne y ensalada, y puedes estar seguro que también nos hacía cenas diferentes a las de otros chicos.

Mi mamá insistía en saber dónde estábamos todo el tiempo, cual convictos en prisión. Ella tenía que saber quienes eran nuestros amigos y lo que hacíamos con ellos.

Me da pena admitirlo, pero ella rompió con las leyes del trabajo a menores, ya que teníamos que lavar los platos, ayudar a sacar la basura, darle de comer al perro, bañarlo y sacarlo a pasear, arreglar nuestro cuarto y toda clase de trabajos forzados similares a estos.

Por nuestra mamá, nos perdimos de muchas experiencias de otros chicos. Ella insistía en que dijéramos la verdad y nada más que la verdad.

Cuando llegamos a la pubertad, ¡te juro que ella podía leer nuestras mentes!. Era desesperante vivir con ella: estaba pendiente de que nos cepilláramos los dientes, que nos bañáramos, que estudiáramos, ¿ya hiciste las tareas? ¡uf, qué fastidio!. A veces hasta pensé en irme de casa.

Se ponía furiosa si nos veía sin zapatos. ¡Qué vida la que me hacía vivir mi propia madre!.

Por nuestra mamá, además, nos perdimos de muchas otras experiencias: por su culpa nunca probamos la droga, nunca tuvimos mayores problemas con el alcohol, nunca estuvimos presos, ni fuimos vándalos o pandilleros; por su culpa nunca nos hirieron ni el cuerpo ni el alma, y conocimos a Dios. ¡Sí, todo por su culpa!.

Hoy estamos en nuestras casas, bien educados, somos adultos honestos y procuramos hacer lo mejor que podemos, para ser tan malos como fue mi madre, porque ya sabemos que lo que este mundo necesita es... ¡más madres malas como la mía!


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